Entrada 5
“Nos unimos en matrimonio con una ilusión y construimos una familia
con una expectativa, deseando recrear el cuento de la vida feliz y perfecta
de la que los adultos tanto hablan…”
Perú resulto ser un lugar mágico para mí, una adolescente con 24 años que se experimentaba como una niña ante los paisajes majestuosos, la comida con decenas de combinaciones y sabores, una cultura tan misteriosa e interesante como la cultura de mi tierra, gente sumamente amable y cálida. Si el paraíso existía, yo sentía que estaba viviendo en ese lugar con el ferviente deseo de que no se tratara de un cuento de la “Caperucita Roja” en el que ella era una niña “buena y obediente” hasta que no lo fue más y en su vida apareció el Lobo Feroz que llegó a destruir todas sus creencias sobre la realidad y la ficción al vestirse de abuelita después de que se la había comido. No quería que “mi historia” en Perú terminara, deseaba sentirme feliz y plena por siempre, sin que nada me preocupara, sin que un Lobo Feroz me tomara el pelo disfrazándose de mi abuelita, cuando en realidad era un lobo que venía a llenarme de miedo, ansiedad e incertidumbre.
Tomé el avión Ciudad de México - Lima, Perú en agosto de 1995. Ese vuelo ha sido el más traicionero de todos los vuelos que he tomado hasta este momento. Nunca imaginé lo que pasaría después de haber abrochado mi cinturón de seguridad en ese avión de American Airlines que me llevaría con destino al paraíso, para poder llevar a cabo la promesa que por mucho tiempo me había hecho a mi misma: Vivir el cuento de “la Casita” (que les contaré más adelante).
Despegó el avión, comenzamos a sobrevolar mi hermosa Ciudad de México, a la que no dejo de amar profundamente, sentí que el corazón se me encogía de dolor, que me arrancaban de raíz del lugar del que yo no quería irme, pero la decisión fue tomada el día que dije: “sí acepto” y de entregarle mi mano a una persona extranjera de la que me sentía enamorada, pero no tenía la mínima intensión de vivir en México. Lloré interminablemente, afortunadamente estaba viajando yo sola rumbo a Lima y eso ayudó. Pude llorar sin que nadie me dijera: “ya no llores, todo va a estar bien”, esas palabras desde entonces dejaron de tener sentido para mí, pero fue solamente que con el paso del tiempo, comprendí que esas palabras no significaban nada porque lo que yo deseaba era que nadie me consolara en ese momento, lo único que quería era sentir, vivir mi duelo, vivir mi dolor, mi pérdida sin que nadie se interpusiera entre mis emociones y lo que yo en ese momento percibía como “la realidad”. Por minutos, dudé de si había tomado la decisión correcta al casarme con un extranjero que me “arrebataría” de mi país; dudé de si él realmente era la persona que yo pensaba que era, o simplemente era una imagen que yo me había construido para pensar que él era la persona que yo quería que fuera, y de esa manera sentirme convencida de la decisión que había tomado de hacer una vida de pareja con él y que después se convirtiera en el padre de mis hijos…
Me casé en abril de 1993 en Acapulco, Guerrero, una boda como de sueño, nunca en mi vida hubiera podido imaginar tener una celebración de mi matrimonio como la que tuve, literalmente el novio "tiró los dólares y la casa por la ventana". Nos casamos en un yate en medio del mar, celebramos la ceremonia religiosa en una hermosa pero sencilla capilla en la punta de una montaña desde donde podía admirarse el mar, el puerto de Acapulco y sus majestuosa cordillera de montañas. Una linda ceremonia oficiada por un sacerdote amigo de la familia, el cantante del Ave María también resultó ser buen amigo de uno de mis aproximadamente doscientos primos hermanos (no exagero, tengo más de doscientos primos hermanos si sumo la familia materna y la paterna). Mi vestido decidí que no lo quería color blanco, yendo en contra de la creencia de mi gente que las mujeres que no se casan de blanco es porque ya no son puras, es decir, que ya no son vírgenes, definitivamente yo ya no era virgen, a los 23 años de edad muy pocas mujeres conservan su virginidad pero muchas de ellas deciden guardarlo como “un secreto”, un secreto que los padres pueden leer, oler y escuchar claramente; pero la raza humana ha sido entrenada para disimular, para mentir y para guardar secretos grandes, grotescos y dolorosos, aún cuando eso provoque cargar culpa, resentimiento y dolor por el resto de nuestras vidas, y que incluso nos lleve a terminar confinados a una cama con una enfermedad crónica que nos lleve a la tumba de manera dolorosa, por no hacerle caso al cuerpo de: “hablar la verdad para liberarnos".
Mi vestido de novia era color perla y bordado con perlas, éste también representaba una de esas increíbles creencias que existían (o quizá aún existen), respecto a la vestimenta de la novia el día de su boda: “No uses perlas el día de tu boda, porque cada perla representa una lágrima”….jajajaja, me reí de esa creencia y llené mi vestido y mi cuello de perlas, aunque hoy me pegunto si esa creencia tendrá algo de verdad… El sacerdote comenzó con su sermón y finalmente vino la parte del ritual de aceptar toda la letanía de cosas que te dicen que debes aceptar para casarte. Una de esas oraciones que dice el sacerdote es: “Amarte y respetarte por el resto de mi vida” Eso de amarte, estaba de acuerdo; eso de respetarte también estaba de acuerdo, pero… “por el resto de mi vida”, no estaba segura de si yo debía hacer ese juramento, después de todo cómo un sacerdote puede saber que todo lo que es hoy es lo que será para siempre. Sentí que una fuerza me empujó de frente y en el momento que yo debía decir: “acepto”, esa fuerza me hizo moverme y dar un pequeño paso hacia atrás; guardé silencio por un par de segundos, con la vista periférica revisé mi entorno y me di cuenta que todos los invitados me veían. En ese momento mi mente decidió que todos esperaban que dijera: “sí acepto” para terminar de una vez con la ceremonia, caminar hacia afuera de la capilla, aventar el arroz a los novios (que yo decidí que fueran pétalos de rosa), tomar interminables fotografías y finalmente partir rumbo al muelle en donde el yate y la fiesta, nos esperaban.
Continuará en la siguiente entrada semanal...
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