Entrada 7
Todo ocurrió el durante el mismo año: 1995, un año que queda marcado en mi vida como uno de esos grandes cierres o inicios de ciclo que seguramente han y continuarán determinando lo que ocurrirá en mi vida. Este año representa la dualidad que los seres humanos tenemos que experimentar para poder caer y después surgir, un año de fuertes golpes y de inmensos regalos de vida. En pocas palabras, 1995 fue un año al que los gringos podrían denominar: “sweet and sour” (dulce y amargo) por todas las vivencias y emociones que tuve que experimentar de un solo golpe.
Mayo de 1995: me gradúo de la universidad en la Ciudad de México. Junio de 1995: tomo aquel vuelo que les conté que me arrancó de raíz de mi amado país para ir a vivir por algunos meses a Lima, Perú. Noviembre 28 de 1995, (día de Acción de Gracias en Estados Unidos): salimos de manera impredecible de Lima con destino a la ciudad que sería nuestro siguiente hogar en Miami Beach, Florida. Diciembre de 1995: quedo embarazada de mi segundo hijo (vivo), Eric.
Mi llegada a Estados Unidos no fue precisamente peras en dulce, realmente fue como recibir un golpe en la cabeza que me decía: “reacciona, despierta, has llegado a vivir al país al que sabías que al haber pronunciado ante el altar las palabras: “sí, acepto”, tarde o temprano llegarías para hacer una nueva vida y permanecer por tiempo indefinido. Para muchos lectores vivir en Estados Unidos representa la posibilidad de cumplir el gran sueño… el famoso “sueño americano”.
A continuación les cito lo que Wikipedia dice sobre el sueño americano:
“El sueño americano o sueño estadounidense (en inglés: American Dream) es una de las ideas que guían la cultura y sociedad de Estados Unidos a nivel nacional. Más concretamente, el sueño americano suele referirse a los ideales que garantizan la oportunidad de prosperar y tener éxito y para lograr una movilidad social hacia arriba. Estos ideales suelen ser la democracia, los derechos civiles, la libertad, la igualdad y la oportunidad. El historiador James Truslow Adams definió el sueño americano en 1931 de esta manera: "La vida debería ser mejor y más rica y llena para todas las personas, con una oportunidad para todo el mundo según su habilidad o su trabajo, independientemente de su clase social o las circunstancias en las que nace”.
No estoy segura de haber conocido el significado del sueño americano antes de vivir en Estados Unidos, pero ciertamente yo nunca había soñado vivir en este país y mucho menos cumplir un sueño que no era mi sueño. En fin, la decisión ya estaba tomada. Llegamos mi marido y yo - al cuál llamaré CJ- justamente el día en el que probablemente todos los habitantes de de este país, se reúnen con amigos y/o familia para celebrar el día de Acción de Gracias. Como su nombre lo dice, las personas se reúnen el cuarto jueves del mes de noviembre para dar gracias, es una tradición inglesa que se remota a año 1606 aproximadamente, una hermosa y significativa celebración que realmente disfruto y respeto de esta cultura. Las familias se reúnen para dar gracias por los alimentos y por todo lo que el sueño americano les ha permitido poseer.
Llegamos CJ y yo a nuestra casa, una casa ya viejita - 30 años de construida - pero con un gran potencial si se remodelaba. Lo supe tiempo después, pero la casa estaba ubicada en una zona privilegiada por encontrase en una isla de la ciudad de Miami Beach; la isla tenía una inmensa cancha de golf con vista a un canal, -que para mí era insignificante porque no sé jugar golf y CJ tampoco-. En el jardín trasero de la casa había una piscina o alberca o estanque o como le llamen en su país y un canal que desembocaba a la bahía y también tenía un pequeño muelle en el que podía amarrarse un barco. Cualquier persona que lea la descripción de esta casa, podría pensar que vivía como millonaria y que la vida era demasiado bondadosa conmigo y yo una mal agradecida por no sentirme inmensamente feliz y afortunada de vivir en ese lugar.
Cuando entré a mi “nuevo hogar”, que en ese momento se encontraba habitado por los padres de CJ, me sentí como una completa desconocida a pesar de que conocía a la mayor parte de las personas que estaban reunidas en la celebración. La mayor parte de ellos eran familia de CJ que conocí el día de nuestra boda y que no había vuelto a ver hasta ese día. Todos ellos inmigrantes cubanos que salieron de su país en la época en la que Fidel Castro se declaró comunista. Los más afortunados lograron salir en avión y los menos, tuvieron que salir por mar y cruzar el mar en balsas raquíticas que dejaban a los pasajeros a la merced del Sol, el agua salada, la deshidratación, el hambre y los tiburones. En efecto, CJ es de origen cubano, un inmigrante que llegó a Estados Unidos a los 5 años de edad junto con sus padres y hermanos (ellos también son inmigrantes igual que yo). La diferencia es que ellos migraron porque quedarse en su país ya no era una alternativa para ellos, especialmente para su padre que era perseguido por sus creencias políticas, y yo salí por haber dicho: “sí, acepto”.
Se supone que durante esa celebración de Acción de Gracias, yo debería haber tomado la oportunidad de agradecer a la vida por la oportunidad que me estaba dando de comenzar una nueva etapa de mi vida en tierras extranjeras, rodeada de una familia bulliciosa y alegre que se convertiría también en la mía y por tener un marido que me amaba y por tener un hogar que muchas otras personas desearían tener. Desafortunadamente en ese momento el dolor, la soledad, el miedo y mi nivel de conciencia, no me permitieron sentir el deseo de dar gracias Dios por todo lo que tenía y por todo lo que estaba por llegar a mi vida…
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